Por primera vez en mi vida, este año he tomado un mes de vacaciones. De manera ininterrumpida, desde el principio hasta el final del mes. Llevaba tiempo con la necesidad de parar lo suficiente como para tomar perspectiva y cargar las pilas, pero lo había ido posponiendo por una u otra razón. Finalmente y a pesar pesar de la presión social, desinstalé el whatsapp y me dispuse a descansar como única actividad obligatoria. Aunque para muchos tomar un mes de vacaciones sea algo natural, para mí ha supuesto todo un reto a todos los niveles y me gustaría explicaros por qué.
Nos han enseñado que los autónomos no tenemos horarios, que no podemos ponernos malos, que tenemos decir a todo que sí y que carecemos de derecho a descansar. Básicamente, España ha aceptado que el que trabaja por cuenta propia es un esclavo de sí mismo que debe asumir el sufrimiento y la hiperactividad como parte de su modo de vida. Me molesta sobremanera que lo hayamos interiorizado hasta tal punto de que los autónomos pensemos que no podemos a aspirar a algo más. Es por ello que he querido plasmar en una serie de frases todo aquello que me habría gustado aprender sobre el trabajo a lo largo de mi vida, a pesar de que mi padre y mi madre fueron autónomos y mamé la cultura del esfuerzo desde la cuna..
El trabajo es un medio, no un fin. El trabajo es la manera que tienes para ganarte la vida y generar ingresos, no es un fin en sí mismo. Si trabajas tanto que no puedes dedicar tiempo a tu familia, por ejemplo, algo está fallando.
Tú eres mucho más que tu trabajo. No olvides que tu actividad profesional es solo una de las facetas de tu personalidad. Pon en valor todo lo que eres más allá del ejercicio de tu trabajo, disfruta de tu tiempo libre y recuerda: nadie te recordará por cuántas horas trabajaste.
Disfruta con lo que haces. Intenta buscar una pequeña (o gran) dosis de placer en tu trabajo diario. Enfócate en proyectos que te apasionen y te ayuden a crecer. Incluso en el caso de tareas mecánicas y poco creativas puedes encontrar un rincón para el disfrute… y si el trabajo es verdaderamente tedioso, piensa en la recompensa: ¿en qué placer vas a transformar este rato de sufrimiento?
Dignifica tu descanso. Recuerda la importancia de un buen descanso, incluso cuando estamos inmersos en picos de trabajo que nos exigen el 150%. Tan importante como las horas que dedicamos a trabajar son las de descanso. Como dice el refrán «el que mucho corre, pronto para» y una sobrecarga de actividad puede llevarnos a petar, en forma de crisis de ansiedad, irritabilidad, despistes, errores, etcétera. Si tienes mucho trabajo: ¡duerme a pierna suelta y recarga las baterías al máximo!.
Valora tu tiempo. Es frecuente que la gente intente regatear cuando damos un presupuesto. Algunas personas lo hacen como un simple juego, incluso aunque consideren que se les ha ofrecido un precio justo. Si tú crees que el precio que has puesto a tu trabajo es razonable, no cedas. Si accedes a realizar un trabajo en estas condiciones lo normal es que luego te sientas frustrado y engañado, además de culpable por haber aceptado un trato que no te conviene. Exige que se te valore pero sobre todo, valórate tú.
Di NO. Sobre todo cuando estamos empezando, tendemos a decir a todo que sí. Es más, habrás oído esa frase de que «no se puede decir que no». Pues bien, os invito a decir que no más a menudo: cuando no te conviene, cuando está mal pagado, cuando intentan engañarte o aprovecharse de tu trabajo.
No te dejes llevar por las prisas de los demás. Los seres humanos somos espejos y tendemos a asumir como propias las emociones de los demás. Más de una vez me he dejado llevar por la prisa de un cliente que escribe la palabra URGENTE en el encabezado de un email y lo he dejado todo para atender a sus requerimientos. Eso me ha generado estrés y ansiedad cuando en muchas ocasiones no se trataba de un asunto verdaderamente urgente. En ese caso, conviene valorar mediante una llamada de teléfono si hay que correr o se puede hacer las cosas en condiciones. En la misma línea, añadiría que no te dejes llevar por el mal humor de los demás o por sus malas formas. Al fin y al cabo, no puedes controlar el estado de ánimo del resto del mundo y si permites que te afecte vas a sufrír.
Aprende a parar. A veces la vida se nos lleva por delante. Encadenamos obligaciones sin tiempo para reflexionar y cuando nos damos cuenta se han pasado, los días, los años… una vida entera sin enterarnos. Parar y mirarnos desde fuera es un ejercicio muy saludable y ayuda a tomar decisiones de cara al futuro. Preguntas como ¿dónde estoy? o ¿a dónde quiero llegar? pueden resultar útiles para tomar perspectiva. En nuestro día a día también es bueno parar para descansar, antes de que el ritmo frenético que nos autoimponemos se haga insoportable. Dar un pequeño paseo sin el teléfono móvil, leer un rato o echar una pequeña siesta puede ser muy reparador y nos puede ayudar a enfrentarnos a nuestras obligaciones.
No tengas miedo de reinventarte. Ya sea por necesidad o por decisión propia, reinventarse es un ejercicio de creatividad que no solo nos pone a prueba, sino que sirve para demostrarnos de que somos capaces de cambiar y evolucionar. Cambiar radicalmente de vida es complicado, pero podemos ir orientándonos al cambio poco a poco, redirigiéndonos hacia donde queremos estar.
No entres en pánico. Pase lo que pase, mantén la calma, respira y analiza la situación. Incluso en el caso de catástrofes inevitables, la manera en la que nos enfrentamos a la situación puede cambiar completamente cómo vivimos la experiencia. Y si sentimos que el miedo se apodera de nosotros y no somos capaces de gestionarlo, pedir ayuda puede ser una buena solución.
Habrá quien no comparta o entienda mis impresiones o sencillamente esté en otro momento de su carrera en el que tenga otras prioridades. En este momento, la mía es continuar con mi desarrollo profesional de una manera saludable, seguir aprendiendo y sobre todo, vivir intensamente, una tarea que muchas veces se nos olvida. Me crié en un restaurante y comencé a trabajar cuando tuve la suficiente habilidad para lavar platos o limpiar mesas y desde muy joven me acostumbré a ver cómo los demás disfrutaban de su tiempo libre mientras yo tenía que trabajar. Durante mi adolescencia estudiaba en invierno y en verano trabajaba a diario, exceptuando el tiempo que me iba de campamento. Como podía elegir, siempre optaba por actividades que ocuparan al menos dos o tres semanas, para librarme de mis obligaciones en el bar el máximo tiempo posible. Cuando comenzó la Universidad, iba en coche a Madrid y volvía justo a tiempo para ponerme el mandil y servir mesas en el restaurante a la hora de la comida. Aunque algún cliente me desalentó a seguir estudiando «para terminar sirviendo platos de macarrones» terminé mi carrera y seguí echando una mano en el bar. Para ello era necesario pagar la cuota de autónomos, así que aprovechando que el gasto ya estaba hecho, fui compaginando mi trabajo en el restaurante con pequeños encargos relacionado con mi formación y fue en 2015 cuando cerramos el restaurante y comencé a dedicarme 100% a mi empresa. Hasta entonces, hablar de vacaciones era ciencia ficción y mi tiempo libre estaba bastante reducido. Desde que dejé la hostelería han pasado 6 años en los que poco a poco he ido reconquistando mi tiempo partiendo de una premisa bastante obvia: el trabajo se había convertido en una adicción y desengancharse no es una tarea fácil, aunque vamos por el buen camino.
¡Nos leemos!
🙂